Vaqueros

de la Antigua California

El nombre de California surgió en la península durante la entrada personal de Hernán Cortés en ella (1535-1536). Al principio no se le dio a la tierra recién descubierta, sino a uno de sus cabos, al que en la actualidad conocemos como Cabo San Lucas. Al parecer no fue un nombramiento formal, por lo cual no hay documentos al respecto, pero sabemos que esto ocurrió por otros testimonios.

Durante su permanencia en la península, Cortés intentó establecer una colonia en la hoy bahía de La Paz, en Baja California Sur, pero fracasó. Posteriormente envío una nueva navegación para seguir reconociendo la región, la que puso al mando de Francisco de Ulloa. Esta se desarrolló entre 1539 y 1540 y fue la primera en demostrar que la tierra descubierta por Cortés es una península, y no una isla como al principio se creía. Durante esta entrada fueron escritos dos diarios, uno del mismo Ulloa y otro, de uno de sus lugartenientes, Francisco Preciado. Es la relación de Preciado el documento más antiguo donde aparece el nombre de California aplicado en la península. La relación fue terminada de escribir entre abril y mayo de 1540, justo al regresar de la navegación, y publicada en Italia en 1556. Cuando los navegantes se encontraban en la Bahía de Santa Cruz (hoy Bahía de La Paz, B.C.S.), comenta Preciado que…aquí nos encontramos a cincuenta y cuatro leguas de distancia de la California, poco más o poco menos… Al leer bien esta relación, queda claro que Preciado se refiere a la punta de la península, es decir al Cabo de San Lucas.

López de Gómara en su conocida Historia General de las Indias, publicada en 1552, al describir la península nos dice: Punta Ballenas, que otros llaman California. La Punta Ballenas que menciona López de Gómara se nombró así por algunos cartógrafos debido a que Preciado comenta en su relación que cuando iba de vuelta a la Nueva España, al pasar por el Cabo de San Lucas (que entonces no recibía ningún nombre oficial) vieron 500 ballenas, lo que mucho los sorprendió.

Por otro lado el misionero jesuita Miguel del Barco, a fines del siglo XVIII, refiriéndose a la entrada de Ulloa, nos dice …que habiendo llegado al fin del golfo, y pasando a la otra costa del mismo…vinieron siguiendo esta costa hasta el fin de la península, donde está la bahía o puerto a que, el año antecedente, había dado Cortés el nombre de California…doblaron la punta (que es la que después se llamó Cabo de San Lucas)…. Más adelante agrega que …Hablando del Cabo de San Lucas, que en su tiempo llamaban Punta de Ballenas…que otros llaman California. De lo cual se infiere que en aquella punta (esto es el Cabo San Lucas), está la que antiguamente llamaron California.

Igualmente vale la pena citar las palabras del Jesuita Francisco Xavier Clavijero, contemporáneo de Barco, quien en su Historia de la Antigua o Baja California nos confirma: El nombre de California fue puesto en el principio a un solo puerto; pero este después se fue haciendo extensivo a toda la península. Posteriormente aclara cual fue este puerto: …contristado éste [Hernán Cortés] con tantas desgracias, volvió a salir a reconocer otros países de la península…entonces fue cuando descubrió junto al Cabo de San Lucas un puerto que llamó California, cuyo nombre se hizo después extensivo a toda la península….

Antes misiones, ahora ranchos

Tanto en el sur de la península, como en el norte de ella, la tradición del vaquero ha tomado sus propias características. Al norte llegó con la entrada de los misioneros jesuitas, quienes establecieron tres misiones; Santa Gertrudis (1737), San Francisco de Borja (1762), y Santa María de los Ángeles (1766). Los primeros vaqueros fueron los soldados misionales y sus familias, quienes condujeron el primer ganado desde las misiones del sur, sobre todo San Ignacio. Los vaqueros de hoy siguen siendo de las mismas familias de esos primeros vaqueros misionales, sus apellidos los delatan: Arce, Villavicencio, Espinoza, Sáenz, Castro, Aguilar, Ceseña, entre otros. También muchos de los indios evangelizados, se volvieron vaqueros.

Fue con los misioneros dominicos que los vaqueros llegaron a los valles de la cuenca de San Pedro Mártir. En 1774 se funda la misión de Nuestra Señora del Rosario. Al año siguiente la de Santo Domingo, en 1780 la de San Vicente y en 1794 establecen la misión de San Pedro Mártir, en lo alto de la sierra. Junto con las misiones se van abriendo pueblos de visita y ranchos, y así desde 1785 establecen la comunidad de San Telmo, otro gran semillero de vaqueros, como una visitación de Santo Domingo.

Todas estas misiones se sustentaron gracias al ganado, es decir, al trabajo de los vaqueros, así como al trabajo agrícola, que en muchos casos también lo hacían los vaqueros. Así, se fue forjando un estilo de vida que en parte aún subsiste.

Para sostener las misiones, los vaqueros fueron estableciendo una serie de ranchos, corrales, veredas, caminos, parajes para acampar. Tenían sus temporadas, llamadas “vaquereadas”, en que subían el ganado a lo alto de la sierra, durante el verano, para que pastara. Posteriormente lo bajaban ante la entrada del invierno. En estas vaquereadas se reunían muchos vaqueros y colectivamente hacían numerosas labores como reunir el ganado, marcarlo, venderlo, conducirlo a los corrales o ranchos, etc.

Para hacer sus labores los vaqueros aprendieron a trabajar el cuero de res, a curtirlo y prepararlo para hacer sus implementos como las sillas, monturas, alforjas, chaparreras, cueras, bolsas y calzado. En los ranchos hacían queso y preparaban la cecina. Como diversión tenían sus fiestas patronales, de las cuales ha sobrevivido hasta hoy la de Santo Domingo, iniciada desde 1775. En estas fiestas había procesiones, mandas, cantos competencias y bailes. También practicaban el rodeo, tradición que muchos ubican como estadounidense, pero que en realidad tuvo su origen en el norte de México, cuando menos desde el siglo XVIII. Para aumentar sus alegrías los vaqueros bebían vino que ellos mismos elaboraban. Esta tradición del vino nunca desapareció del todo, y se conservó principalmente en la misión de Santa Gertrudis, en donde hasta la fecha se sigue elaborando vino a la manera misional.

Cuando el sistema misional se derrumbó, durante la primera mitad del siglo XIX, muchas de las tierras y ranchos misionales pasaron a manos de los soldados y vaqueros. Así, esta tradición se extendió, al igual que la ganadería. Los soldados se volvieron principalmente vaqueros y agricultores. Las antiguas misiones empezaron a florecer como ranchos, y esto creó el arraigo de muchas familias, las que hasta la fecha siguen en la región.

Durante la mayor parte del siglo XIX prácticamente fueron los ranchos los que sostuvieron al norte peninsular. Hacia fines de dicho siglo, tímidamente empezaron a surgir las ciudades. Primero fue Ensenada, en 1882, luego Tijuana, Tecate y Mexicali. El siglo XX fue el gran desarrollo urbano y el olvido de lo rural. Las tradiciones fundacionales se fueron marginando, olvidando, conservándose en pocos sitios, como hasta ahora sigue.

Aún cabalgando

Don Lorenzo Martínez Capera, Don Humberto Espinoza Murillo, Don Pedro Arce, Don Luis Martorel, Don Juan Rosas, Joaquín Martorell Peralta, Don Francisco Martorell Peralta, Don Daniel Sáenz, Don Cenobio Arce, Don Porfirio Aviléz, Don Nieves Quiñones, Don Victoriano Espinoza, Don Hugo Arce Marrón, Don René Arce Espinoza, Don Gabriel Espinoza (El Boy), Don Esteban Melling Pompa, Don Alfredo Melling Zaragoza, Don Abel Arce Marrón (El Tole), Don Eladio Arce Martorell (el Bebi). Son algunos de los personajes que han conservado la tradición del vaquero, la siguen practicando y ayudan a transmitirla. Don Lorenzo Martínez, Don Beto Espinoza y Don Juan Rosas pasan de los 80 años de edad, y aún siguen cabalgando entre las montañas y cañones de la Sierra de San Pedro Mártir. Todos los vaqueros, viejos y jóvenes se les cuadran como señal de respeto. Tienen toda una vida dedicada a la vaquereada, y son un ejemplo para las generaciones nuevas. Aunque su vida ha sido dura, se sienten satisfechos con ella.

Todos estos vaqueros son personas sencillas y amables, con una filosofía muy particular de la vida. Ya me lo decía Don Pedro Arce, cuando se nos perdió una mula -no te preocupes, por ahí anda, el mundo es un potrero-. Acostumbrados a no tener ciertas comodidades, pueden dormir donde sea, hasta sobre las piedras si es necesario. Eso sí, nunca perdonan el café de calcetín por la mañana, el que siempre es un buen pretexto para encender una fogata y espantar el frio de antes de que despunte el sol.

Los vaqueros de la sierra tienen sus ranchos dispersos por toda su geografía. Los “campos” es donde suelen acampar durante la vaquereada, suelen ser estratégicos, utilizados por muchas generaciones de vaqueros. A veces aprovechan los arroyos o manantiales, bajo la sombra de un encinal o un sauzal, a veces entre los pinos y las rocas de granito. Colocan sus mantas y bolsas de dormir entre la arena del arroyo, o la paja de los pinos. Instalan el sitio para la fogata, acomodan en otra parte las sillas de montar, aparejos, alforjas, etc. y en otro sitio estacionan a las mulas y caballos, poniéndoles a su alcance pastura o pasto en abundancia. Acomodados entre los espacios de los árboles o piedras, ponen herraduras, fierros para marcar, hachas, picos, palas, tijeras, escofinas, cuerdas, rifles, cuchillos y un sin número de herramientas y cosas que utilizan para su trabajo.

Los vaqueros suelen ser buenos cocineros, y las comidas más usuales entre ellos son los guisados de papa, frijoles refritos, cecina, y las tortillas de harina que ellos mismos hacen. Cuando matan una res preparan la cabeza a manera de barbacoa, además de que las costillas asadas son muy apreciadas. Los perros siempre son una fiel compañía de los vaqueros. A Don Beto Espinoza siempre lo acompaña una pequeña perra que la nombran “la mataleones”. -Así como la ve de chiquita, me decía Don Beto, -es muy brava, y hasta los leones le tienen miedo. Me platicó la historia de cuando la mataleones atrapó a un puma que se estaba comiendo a los becerros. -Desde entonces le pusimos la Mataleones.

Los encuentros más notables con los vaqueros son durante las campeadas, que por desgracia, cada vez se hacen menos. Las sequías prolongadas y otros problemas las han disminuido mucho. En estos encuentros se celebran “las mentirosas”, que es una enorme fogata, después de la jornada, en la que se platican las actividades del día, pero también chismes, historias, leyendas, anécdotas, todo tipo de relatos, y acuerdos para el trabajo del día siguiente. Desde luego, no puede faltar “la malilla”, su juego de barajas favorito, en los que se gana y se pierde el mundo.

Por las mañanas, mientras unos encienden la fogata, preparan el café y hacen las tortillas de harina y el desayuno, otros arreglan las herraduras, herran a los caballos y las mulas faltantes, les liman los cascos, les dan pastura y los llevan a beber agua. No falta quien arregle su montura, o las chaparreras o las espuelas. Preparan las reatas y sus rifles -por si nos sale un venado -me diría Don Lorenzo. También arreglan los corrales y las cercas.

Después viene lo duro, seguir, lazar y reunir a las reses, conducir las recuas a los corrales, marcarlas. A algunas las matan para hacer cecina con su carne. Primero les sacan las tripas, luego las “descamisan”, es decir le quitan la piel, la que utilizan para hacer varias cosas. Luego van separando sus partes: costillas, piernas, muslos, lomo, cabeza, tripas, etc. Con la cabeza suelen hacer una barbacoa: la entierran en un pequeño pozo con brazas, y ahí se queda toda la noche, cociéndose poco a poco. Al día siguiente la sacan, y su carne ya está bien blandita, suavecita, y es un gusto comerlas con tortilla.

Desde luego, no deja de faltar el “cola de burro”, que es una mezcla que hacen de alcohol con agua, y suelen ir tomando durante la jornada. Pero más bien la toman al final, cuando ya están frente a “la mentirosa”.

Los vaqueros son profundamente religiosos, católicos, y no dejan de tener sus capillitas en los parajes que más frecuentan. Son pequeños altares. A veces les construyen una casita muy chica, de adobe, piedra o de cemento, a manera de horno. Otras veces los colocan en pequeñas cavidades o abrigos, y no faltan quienes los ponga dentro de los huecos de los encinos o de algún pino o una huata. Aunque veneran a varios santos, los más socorridos son, desde luego, la Virgen de Guadalupe y el Santo Niño de Atocha. En estos altares que ellos hacen colocan imágenes de estos santos, que generalmente son estampas o una pequeña figurita de plástico, yeso o barro, rodeándolos con rosarios y flores de plástico. Otros santos muy venerados son Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Mártir de Verona, los titulares de las misiones de Santo Domingo y San Pedro Mártir. Cada año celebran la fiesta de Santo Domingo, en que muchos vaqueros ocurren no solo a divertirse, sino a pedir y pagar mandas. Es cuando se dan bautizos, bodas, quinceaños, y otras celebraciones religiosas. Todos le piden al Santo titular que los proteja y haga prosperar sus ranchos y trabajo.

Estar en el campo con los vaqueros es olvidarse de la existencia del mundo. Sólo existe la sierra, el bosque, y desde luego las reses y los caballos. Su pesado trabajo no les impide ser sensibles a los atardeceres, a las noches llenas de estrellas, a la visión de la Vía Láctea, a la belleza del bosque, a los arroyos de aguas cristalinas, a los encuentros con los animales.