Laguna Manuela

Este texto es una invitación para amar y disfrutar de la naturaleza, especialmente la de la península de Baja California. Aunque el desarrollo y la expansión de las ciudades ha estado teniendo un fuerte impacto sobre numerosos sitios naturales, aun quedan muchos de ellos prístinos, muy bien conservados, sobre los que debemos crear conciencia en lo prioritario de su cuidado, ya que en estos tiempos, de ello depende en buena parte la conservación de la humanidad como especie. Estos espacios naturales son verdaderas joyas, tesoros naturales que en muchos casos representan refugio de mucha de nuestra biodiversidad. Además, por su belleza natural, estética y colorido, representan remansos de paz en donde se puede uno relajar de las tensiones y estrés cotidiano.

Hablaré aquí de la Laguna Manuela, la más norteña del sistema lagunar de Guerrero Negro, también la más pequeña de estas lagunas que son tres; además de Manuela están la de Ojo de Liebre (muy conocida por sus ballenas) y la de Guerrero Negro. A diferencia de las otras dos, que se encuentran en el Estado de Baja California Sur, Manuela se encuentra en el Estado de Baja California, a pocos kilómetros al norte del paralelo 28, en la costa del Pacífico.

Muchas veces he acampado en Manuela. Aprecio profundamente el que no tenga servicios, ni siquiera llega la señal del celular, por lo cual representa un verdadero refugio del mundanal ruido. Aquí solo se escuchará el tranquilo oleaje del océano y el barullo de sus muchas aves marinas. Casi siempre que llego aquí, toda la laguna con sus playas es para mí solo, y tomo posesión del sitio. A veces hay unas pocas personas acampando, son gente tranquila, que precisamente, al igual que yo, aprecian el silencio y la soledad, y desde luego la naturaleza. Por lo mismo no se escucha música a todo volumen, como en otros sitios más turísticos, conocidos y accesibles, ni hay gente alcoholizándose. Siempre son familias las que aquí acampan, vienen con sus hijos, así, mi hijo Esteban, de diez años, nunca le ha faltado con quien jugar. Estas convivencias con Esteban son para mí como un tesoro. Las guardo en mi corazón, ya que son ocasiones únicas en que le enseño de manera práctica el amor y respeto por la naturaleza, además de que aprovecho estos viajes para mostrarle sitios históricos, naturales y mantener con él una comunicación que nos enriquece como padre e hijo.

Esta laguna es un cuerpo de agua costero en donde se une agua del Pacífico, con agua dulce proveniente de tierra adentro. Si la comparamos con las lagunas hermanas de Ojo de Liebre y Guerrero Negro, Manuela es muy chica. Sin embargo representa un importante refugio de aves marinas. Durante el invierno miles de aves migratorias llenan los espacios de esta laguna. Llegan del norte de los Estados Unidos y de Canadá. Ahí conviven varias especies de patos, gallaretas, pelícanos, tildillos, golondrinas de mar, gallitos, águilas pescadoras, y un largo etcétera. Ciertamente es una maravilla ver todo este entorno con sus miles de aves. Muchas de ellas hacen sus nidos entre las dunas y tulares que rodean al cuerpo de agua.

En la playa se juntan grandes grupos de aves, principalmente pelícanos, gallitos de mar o gaviotas. En varias ocasiones Esteban y yo hemos combinado esfuerzos para tomarles fotografías. Él corre para espantarlas y así yo las puedo retratar alzando el vuelo y ya con el cielo lleno de estas aves. Es maravilloso verlas. Una buena ocasión para ver aves de a montón es cuando los pescadores llegan en sus lanchas, hacia la una o dos de la tarde, y empiezan a descargar su pesca, así como a limpiarla y sacarle las tripas. Ahí la rebatinga entre las aves, sobre todo entre gaviotas y pelícanos es grande, y el cielo alrededor de las lanchas se oscurece por tanta ave. Las gaviotas suelen ser agresivas y hasta a uno pueden arrebatarle un trozo de pescado.

Mi relación con estos pescadores siempre ha sido excelente. Viven en las cercanas comunidades de Villa Jesús María y Ejido Morelos. El mar les da el sustento, y todas las mañanas, entre las cuatro y cinco, aun de noche, salen en sus lanchas hacia el mar abierto. Regresan entrando la tarde y suelen traer lenguado, tiburón, angelito y otras especies menos comerciales. También capturan algunos moluscos como cangrejos y almejas. Su mercado más importante es Guerrero Negro. Siempre les compro algo y ciertamente es una delicia preparar pescado fresco a la luz de la fogata.

Al norte de la Laguna Manuela se encuentra el cerro de Santo Domingo, el que encierra algunas sorpresas, aunque su acceso no es fácil, ya que requiere de una doble tracción y pericia para manejar en sus terrenos arenosos. Protegidas entre sus farallones se localizan algunas pequeñas playas. Una punta de piedra llamada “La Lobera” es precisamente un refugio de lobos marinos, pudiéndoseles escuchar a lo lejos. También existe un interesante arco de piedra que da nombre al sitio de “La Ventana”. El hueco tendrá una altura de unos 6 o 7 metros y da vista precisamente hacia La Lobera. Siempre me he aproximado a él con mucho cuidado, ya que está en una parte donde influye la marea, y suele romper ahí un oleaje fuerte, ya que mira directamente al mar abierto. Pasando el Cerro de Santo Domingo se desciende por una cuesta hacia una extensa playa que se le conoce como “El Playón”. Tiene más de 20 kilómetros de largo, y en ella el mar revienta con fuerza, de hecho no es muy propia para bañarse debido a la violencia del mar. Sin embargo tiene una belleza indiscutible y observar su fuerza y majestuosidad es algo que impone. La playa está compuesta por millones de conchitas y fragmentos, y atrás de la zona de playa se encuentran extensos campos de dunas de arena muy blanca.

Toda esta región de la Laguna Manuela tiene su historia. Durante la prehistoria fue ocupada por los grupos indígenas de Baja California por un lapso de varios miles de años. En la zona existen varios sitios concheros que nos atestiguan una larga ocupación. En ellos hay importantes evidencias de los estilos de vida de estos primeros grupos indígenas. Eran nómadas y ocupaban la región por temporadas. El mar era una importante fuente de alimentos para ellos.

Los primeros europeos que vieron la región fueron navegantes españoles. El primero de ellos fue Francisco de Ulloa, quien en 1540 navegó frente a estas costas, sin desembarcar en ellas. Posteriormente pasó, también frente a la costa, el navegante Juan Rodríguez Cabrillo, en 1542, quien en esta entrada descubrió las costas de la hoy California, Estados Unidos.

A partir del año 1565, se inaugura la travesía anual de la Nao de China o Acapulco, la que en su regreso de Filipinas pasaba frente a las costas del Pacífico de Baja California, incluyendo la región de la Laguna Manuela. En el año de 1576 la Nao San Felipe, de 400 toneladas, encalló a muy poca distancia al sur de la Manuela. Nunca se supo que pasó con sus tripulantes, y hasta recientemente fue identificado su naufragio, gracias a estudios arqueológicos. Posteriormente, en 1603 Sebastián Vizcaíno, otro navegante español, igualmente recorre cartografiando toda la costa del Pacífico bajacaliforniano, haciendo un registro detallado de dicha costa, incluyendo la región de la Manuela.

El primero en registrar por tierra a la Laguna Manuela fue el misionero Fernando Consag, uno de los grandes exploradores de la parte central y norte de la península. Saliendo de su misión, en San Ignacio, Baja California Sur, pasa por Santa Gertrudis y de ahí se dirige al Pacífico hasta ver la laguna y enviar gente a registrarla. Fue en esta entrada que encuentran los primeros vestigios del naufragio de la nao San Felipe, ocurrido 175 años atrás.

La laguna siguió en el olvido hasta que solo recientemente, a partir de los años 70’s del siglo XX, en que da principio la Villa Jesús María, la laguna empezó a ser utilizada como campo de pescadores, situación en la que continúa, gracias a lo cual se ha conservado en un estado casi intacto su entorno natural.

Sin embargo, las amenazas del “desarrollo” se ciernen sobre ella. El proyecto minero de El Arco, justo en el centro de la península, de iniciarse, podría determinar su destrucción o grave afectación, primero porque podría utilizársele como puerto industrial, y segundo porque Villa Jesús María, hoy de 350 habitantes, podría llegar a tener de un día para otro entre ocho mil y diez mil habitantes. ¿Tendremos capacidad de preservar un sitio natural como este? En la respuesta a esta pregunta podría estar en juego la existencia misma de la humanidad.

Quiero rememorar aquí los amaneceres y atardeceres que tanto he disfrutado en esta playa. Cuando he acampado con mi hijo, y encendido una fogata para preparar la comida, platicar y comentar la experiencia del día, hemos seguido el ritual que hace más de diez mil años iniciaron los primeros californios que llegaron a esta parte. Ver el cielo, las estrellas, sentir la caricia del viento, sosegarme ante la tranquilidad de este horizonte. Hay tantas cosas por las que dar gracias a quien las hizo.