• Misión de

    San Francisco Javier Biaundó

Cuando uno empieza a subir la Sierra de la Giganta, desde la costa del golfo en Loreto, Baja California Sur, para llegar a la misión de San Francisco Javier, la sensación es de sorpresa. En medio de una tierra volcánica, árida y quebrada, de pronto uno se topa con uno de los mejores templos de todas las Californias.

Por esta geografía subió, hace ya 312 años, en mayo de 1699, el incansable misionero jesuita Francisco María Píccolo, quien exploró extensamente esta sierra con el fin de localizar a sus grupos indígenas y establecer entre ellos centros de evangelización, es decir, misiones. Pero la labor llevada aquí por los misioneros fue mucho más allá de la evangelización, fue sembrar la cultura occidental y la civilización.

En nuestros días, el camino pavimentado entre Loreto y San Francisco Javier está por concluir, pero en los días en que entró el padre Píccolo solo había exiguas veredas en donde a veces se podía transitar en mula o caballo, y otras a pie. En ese tiempo, a excepción de las pocas entradas que hicieran el almirante Atondo y el padre Kino, entre 1683 y 1684, el interior de la Antigua California era prácticamente desconocido para los europeos y novohispanos. Siendo así que esta misión fue el primer establecimiento europeo en el interior de California, es decir, fuera de sus costas.

La región era limítrofe entre los grupos indígenas guaicuras, que se distribuían al sur, y los cochimí, que se continuaban hacia el norte. De ahí que Píccolo, cuando estableció esta misión en el año mencionado precedió al nombre del santo con las palabras Vigge y Biaundó, nombre del paraje en guaicura y en cochimí.

La misión fue financiada por Don Juan Caballero y Ocio, un gran benefactor de los jesuitas, especialmente del sistema misional californiano, y así para octubre del citado año el padre Píccolo inició la construcción de un primer templo. De esta primer iglesia hoy no queda nada, ya que fue una construcción sencilla, de enramada y algo de adobe.

Pasarían algunos años para que fuera levantado el templo actual, uno de los más hermosos de todas las Californias. Este templo lo construyó uno de los más célebres misioneros jesuitas, Miguel del Barco, quien duró muchos años como titular de esta misión. En su conocida “Crónica de la Antigua California”, nos dice Don Miguel:

Como Don Miguel fue el constructor del templo, por esa razón se refiere a él de una manera modesta. Sin embargo el templo es magnífico, hecho con piedra y labrado con muchos detalles barrocos propios del siglo XVIII. Sus más de 250 años de permanencia y excelente conservación nos hablan que estuvo muy bien hecho. Como ya lo mencionaba, se trata de una construcción única en las Californias. Sus tres retablos ahí siguen, con muchos de los oleos originales que el mismo Barco trajera. Algunos han sido robados, pero esto no ha desmerecido la belleza del templo.

La misión dejó de funcionar como tal en 1817, cuando los misioneros la abandonaron por el declive de la población indígena, debido principalmente a las enfermedades epidémicas que los fueron diezmando. Sin embargo alrededor de la misión crecieron algunos ranchos y se formó un pequeño poblado que existe hasta nuestros días.

La región estuvo muy aislada durante decenas de años, y esto solo se ha roto recientemente. De esta forma se conservaron muchas de las tradiciones que nacieron con la llegada de los misioneros. Una tradición muy especial que ha prevalecido es la fiesta patronal de San Francisco Javier, la que cada año se celebra alrededor del tres de diciembre. Se trata de la fiesta más antigua de toda la península de Baja California, ya que viene celebrándose desde su fundación, es decir, desde 1699. La fiesta es muy hermosa, con misas, cantos, procesiones, baile, etc. Reúne a muchísima gente, de tal manera que el pueblo se transforma en un gran campamento por las miles de personas que llegan.